Oscar Arcos y Daniel Garzón. |
Un 25 de marzo, en horas de la madrugada, morían 3 jóvenes estudiantes universitarios en la ciudad de Bogotá, Colombia. Ese mismo día, horas después, esos mismos jóvenes -ya muertos- eran rematados dos veces más, cada uno.
La policía metropolitana, en cabeza del General Luis Eduardo Martínez (hoy vinculado a grupos paramilitares y narcotraficantes) afirmó -sin esperar las investigaciones y asumiendo la posición de juez- que los jóvenes eran guerrilleros y que, junto a su familia, debían ser castigados "con todo el peso de la ley", la ley infame que, como la serpiente, solo muerde a los descalzos y protege a los poderosos. Esa fue la segunda vez que murieron los jóvenes ese día.
Los medios de comunicación, en cabeza de RCN, Caracol, CityTV, entre otros, emitieron de igual forma conclusiones irresponsables, peligrosas y carentes de cualquier asidero lógico. Hicieron bien su papel siniestro, en últimas, convertir en circo romano, en espectáculo, el drama de tres familias, una universidad y el movimiento estudiantil. Los medios, como buenas empresas, tenían que traducir en audiencia, páginas, rating y dinero la noticia del momento, y lo hicieron, como buenos asesinos seriales de la moral individual y colectiva de los humildes. Esa fue la tercera vez que murieron los jóvenes ese día.
Tres vidas, tres muertes cada uno, tres familias. En dicho suceso doloroso se resume la triste historia que vive nuestro país y su gente. Se resume en este hecho la guerra social no declarada contra los jóvenes, especialmente contra aquellos que apuestan construir una Colombia democrática, decente y con justicia social. Esta guerra que los criminaliza, persigue y sepulta, que los despoja de oportunidades, derechos y bienestar, una guerra silenciosa, macabra y perpetua que no perdona a nadie, una guerra hecha sistema social
Estos jóvenes -Daniel, Oscar y Lizaida-, que para los medios de comunicación solo fueron rating, para la polícía números y para los mas inescrupulosos y enfermos "tres terroristas menos", fueron y son para los que los conocimos: decoro, amor por los humildes, dignidad, alegría, transformación, esperanza, consecuencia, firmeza, claridad, ternura, disciplina, honestidad, honradez, amistad, inteligencia, compromiso, en fín, todo lo que esta sociedad no es pero quiere ser.
Un acto de memoria para ellos y ella -que ya he visto muchos y de diferentes colores- no es real si se queda en el verbo, si no se traduce en acción, en organización. El 25 de marzo no puede convertirse en un culto muerto al mejor estilo de la escena religiosa, por decreto, por costumbre. Tampoco es el día de purgar las penas que utilizan los nostálgicos para ocultar el hecho de que no están haciendo nada para cambiar la realidad estructural que llevó a la muerte de los tres. Ninguna de esas formas me parece acertada, ni convincente, ni consencuente.
La memoria -es mi juicio- es acción o no es nada. La memoria radical (radical como Oscar, Daniel y Lizaida) es un ejercicio cotidiano, colectivo, comprometido y creador utilizado por los pueblos para traer al presente las luchas y sueños de los que sin estar físicamente hacen presencia todavía, pero tambien -y esto es importante-, para intentar cambiar las condiciones infames que condujeron a que ya no estén aquí. Esa última medida es la que le da sentido a una memoria transformadora, popular y militante, congruente con la vida y acción de Dani, Oscar y Lizaida.
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